Nota: Foto con fines puramente ilustrativos.
Sigo teniendo problemitas con algunas feministas, porque definitivamente se pasan de la raya. No, no se pasan de la raya, le dan completamente la vuelta. Tergiversan las cosas y hacen ver a quienes no las piensan mucho, que la vida es de color blanco o negro.
Digo lo anterior porque hace poco me invitaron a una charla de tinte feminista, en donde se debatiría sobre la idea del amor romántico. De cómo se nos ha vendido la idea utópica del romance y cómo ésta no es más que una herramienta de control social y un anestesiante (así dice la invitación).
Por supuesto, no pienso gastar mis energías para oír una serie de sin sentidos. No voy porque lo primero que les diría antes de entrar a discutir cualquier cosa es que si alguien les estaba “vendiendo” esa idea, ¿por qué fueron y la compraron de inmediato? ¿Por qué no pensaron bien sobre lo que les estaban vendiendo? Un simple vistazo a su alrededor hubiera bastado para darse cuenta que el amor “romántico” (que no quiere decir más que un montón de cursilerías, pero nada de fondo), no solo no es amor, sino que dista mucho de la realidad, naturalmente. Además, me hubiera opuesto totalmente a su satanización, pues el verdadero amor, ese que se comprende mutuamente, que se desgasta y reflorece, que se mantiene a pesar de las arrugas, enfermedades y dificultades, ese al que yo llamo verdadero amor, sí existe, pero va más allá de las cursilerías, afortunadamente.
Por favor, no me malinterpeten. No estoy en contra del feminismo, aspiro a la igualdad de derechos y obligaciones entre el hombre y la mujer (quien casi siempre está en desventaja, eso ni se cuestiona), pero celebro sus diferencias -especialmente las físicas-. Para mí, eso me hace feminista, aunque quizás para otras me hace falta mucho para serlo.
De cualquier forma, el feminismo en este espacio no es el tema principal, pero lo anterior me sirve de ejemplo para explicar lo que quiero exponer sobre la formación de las ideas.
La compraventa de ideas, ¿una transacción sencilla?
Las ideas pueden, al igual que un producto, venderse. Quien trata de vender una idea lo hace con un fin establecido (en el ejemplo anterior, desmitificar la idea del amor romántico). Los compradores (el público receptor de la idea) es el que debe decidir si la “compra” o no. Es como cualquier transacción de compraventa que a diario realizamos. Está en el vendedor ser ingenioso para vender su producto o servicio y en el comprador ser cauteloso y decidir si lo compra o no.
Obviamente, en la vida diaria las personas (con ciertas excepciones) no compramos todo lo que se nos ofrece. Con las ideas pasa lo mismo. Yo trato de vender una idea y alguien más la “compra”, es decir, la acepta o bien, la rechaza.
En el caso de las personas equilibradas, antes de comprar un producto (sobre todo si es de valor o si es importante para nuestra vida diaria), como por ejemplo un carro, lo pensamos mucho. Vemos no solo uno, sino varios modelos y marcas, comparamos precios, rendimiento, y luego analizamos nuestro entorno. Nos hacemos preguntas como, ¿es suficientemente estable y seguro? ¿Cabe en el parqueo, o es muy grande? ¿Tengo el dinero suficiente para la gasolina que consume, para pagar el seguro y los servicios periódicos? ¿Es cómodo y práctico para llevar a mis hijos al colegio? ¿Tiene espacio suficiente para transportar las bolsas de la compra y el equipaje cuando salgo de viaje con toda la familia?
¡Claro que todas esas preguntas nos las hacemos! Entonces, ¿por qué cuando nos formamos una idea no llevamos a cabo el mismo proceso? No me cabe duda que la sociedad sería mucho mejor si todos razonáramos a conciencia toda la información que llega a nosotros por los medios de comunicación.
A diario nos encontramos con personas que tienen ideas de cualquier índole que defienden con vehemencia, pero si alguien les pregunta las razones que le dan sustento a dicha idea, las respuestas pueden ser sorprendentes. Las más inocentes, simplemente reconocen que es por la influencia de algún familiar o amigo y que en realidad no saben el por qué son, por ejemplo, católicos o evangélicos, de derecha o de izquierda, de los rojos o de los cremas.
En el mejor de los casos, algunas personas contestan que tienen tal o cual idea porque leyeron determinado libro, cuando a mi parecer se necesitan por lo menos dos puntos de vista (dos libros de autores antagónicos) para poder sacar una conclusión más o menos confiable. Como dicen popularmente, hay que ver las dos caras de la moneda, o tres, o cuatro, en algunos casos.
En la actualidad y por la gran influencia de las redes sociales, las personas compran la información que por ese medio se les vende y todo lo que leen o miran en ellas con una facilidad admirable. Sobre todo, si una cantidad de contactos la han “comprado” con anterioridad. Entonces, vamos y compramos ideas sin haberlas cuestionado, sin investigar, observar y comparar. Muy diferente si de comprar el carro sobre el cual hablábamos se tratara. En definitiva, muchos tenemos ideas o convicciones que no hemos realmente "pensado", es decir, ideas que no son el resultado de un proceso de razonamiento propio.
Las ideas y la búsqueda de la verdad según la filosofía griega.
Para ponerlo en términos filosóficos en primer plano, la dialéctica de Platón o lógica sostenía desde los tiempos antes de Cristo, que para formarse una idea era necesaria una percepción (tesis) y un problema (antítesis), para obtener una conclusión o solución (síntesis). Esto no es nada más ni nada menos que un proceso de razonamiento que implica mucho cuestionamiento y contraposición de ideas, para alcanzar el fin último que es, según Platón, la búsqueda de la verdad.
Así, el mundo según este gran filósofo se divide en dos, el mundo sensible que está formado por las cosas visibles o materiales y el mundo inteligible o certero, en donde habitan las ideas. De esta forma, Platón sostenía que las ideas son las que dan la estructura y sirven de modelo sobre el cual se basan las cosas materiales, las cuales son copias imperfectas de aquellas. Esta explicación la proporcionaba Platón de forma metafórica a lo que se conoció como “El Mito de la Caverna”, contenido en su libro de la “República”.
De las ideas en el mundo contemporáneo, su manipulación y evolución.
De forma reciente y para tener un segundo plano más adaptado a nuestros tiempos, el Eeconomista Americano, Joseph Stiglitz dedica un capítulo entero en su libro titulado “El precio de la desigualdad” a las ideas y la manipulación de las mismas. El autor argumenta de forma congruente, que las convicciones afectan la realidad, lo cual va en la misma dirección que la afirmación de Platón de que sobre las ideas se basan las cosas materiales, pues es sobre las ideas que se produce algo real, ya sea un objeto o una situación.
Stiglitz analiza las percepciones, convicciones y las ideas del público en el ámbito político y económico, que según él, es donde se da más manipulación. Y es razonable dicha afirmación si la pensamos un poco más, pues si bien la informacion que recibimos debe ser analizada para no ser sorprendidos, no toda información que adolece de errores es dañina, ni persigue un beneficio personal. Simplemente, el que tiene una convicción sobre algo, trata de convencer a los demás sobre su veracidad. Un aspecto un tanto “inocente” pues el promotor de una idea (como la del ejemplo de la utopía del amor romántico al que hacía referencia al inicio), en realidad cree estar haciendo un favor al público que la recibe. Sin embargo, es evidente que la voluntad consciente e informada de manipular las convicciones e ideas de las personas para su propio beneficio o en un ámbito determinado como la política, sí tiene un fin oculto que puede resultar dañino.
El análisis que hace Stiglitz es muy enriquecedor para la época actual, pues involucra las ramas de la política, la economía y la psicología. Tanto la política como la economía han utilizado conocimientos de psicología para saber cómo influir deliberadamente sobre las convicciones e ideas de determinado grupo al que quieren captar. Así como las empresas la utilizan para saber cómo vender un producto utilizando la publicidad adecuada, así también la política recurre a la psicología para influir en las ideas de las personas.
En este sentido, existe una importante rama de la teoría económica moderna llamada economía conductual que sostiene que “...aunque la conducta no sea coherente con los principios estándar de racionalidad, es posible que siga siendo predecible. Y si somos capaces de comprender lo que determina el comportamiento, podemos condicionarlo.”(Stiglitz, J. 2012).
Por su lado, la psicología explica cómo los individuos procesan de diferente forma la información que va acorde a sus convicciones y la que va en contra. “La información que es acorde se recuerda, se considera relevante y reafirma las convicciones. La información que es desacorde tiene más probabilidades de ser ignorada, minimizada u olvidada. Esa distorsión se denomina “sesgo de confirmación”. (Stiglitz, J. 2012).
Un ejemplo que el autor da sobre este fenómeno, nos refiere a la crisis financiera del 2008, causada por las famosas hipotecas “subprime”, entre otros. Los conservadores le echaban la culpa al gobierno de los Estados Unidos de los fallos del mercado por haber incentivado a las personas de rentas bajas a adquirir vivienda, y ésta es la convicción que prevaleció a pesar de los intentos serios de analizar la cantidad considerable de pruebas que concluyó que esto era poco probable. Sin embargo, el solo enunciamiento de dicha explicación que no era viable, fue suficiente para reafirmar las creencias de los que defendían a capa y espada el funcionamiento impecable de los mercados y la consecuente incapacidad del gobierno, lo que satisfactoriamente (pero de forma ilusoria), les confirmaba su punto de vista.
Considero que un ejemplo de dicho “sesgo de confirmación” en Guatemala, fue la promoción de los salarios diferenciados, que se defendían bajo justificaciones de mantener “contentos” a los de las maquilas y catapultar al país hacia una industrialización al estilo chino. Mantenían que era mejor pagar salarios por debajo del mínimo legal que dejar a las personas sin trabajo, porque al final de cuentas, una tortilla con sal era mejor que nada. Expertos defendieron la idea con base en estos argumentos frágiles y por demás egoístas, cuando adicionalmente, era evidente que para lograrlo había que recurrir a graves violaciones de derechos humanos y laborales, y de estándares internacionales.
Finalmente, y para completar el escenario, es relevante entender cómo evolucionan las ideas, partiendo desde la base de que éstas son “constructos sociales (sic)” según Stiglitz. Por esta razón, existen ideas que se lanzan al público y encuentran tierra fértil, sobre todo si son ideas que ayudan a comprender a las personas un determinado asunto, “teniendo en cuenta que comprenderlo va en su propio interés”. De esta forma, existen ideas con efecto transformador. Sin embargo, otras veces el cambio no se da tan deprisa, pues la evolución de las ideas también puede ser muy lenta. “Mi disposición a sostener una convicción tiene que ver con que los demás sostienen creencias parecidas.” (Stiglitz, J. 2012).
Lo anterior es de suma importancia, pues al final corrobora el fenómeno actual de las redes sociales y de cómo determinada información, idea o tendencia es “comprada” o rechazada dependiendo de la cantidad de contactos que la apoyan o no.
En conclusión, queda en cada uno de nosotros el decidir si queremos ser seres pensantes y transformadores de la sociedad o simplemente seguidores a ciegas. Por supuesto, ser seguidores (en la mayoría de casos), no produce ningún daño considerable, pero si se demanda un cambio en la estructura del país, tal como lo anhelamos los guatemaltecos, es nuestro deber ser personas críticas, pensantes y provocadoras de debate.