Por Mariana Lara Palacios.
Dentro de las noticias de esta semana, entre declaraciones y nuevas capturas a operadores de justicia, resaltaron también otras que dejaron a muchos conmovidos. El primero de los casos, el del señor Amílcar Aguilar que fue encarcelado en Jalapa, por haber robado 35 panes. El caso de la familia Majzul en Chimaltenango, que vió partir al hombre de la casa de “mojado” para poder pagar una deuda de unos pocos miles, familia que ahora no solo está en la miseria, pues Abel fue deportado, sino que la deuda se ha hecho más grande. Finalmente, un accidente de tránsito que dejó huérfanas a dos niñas y una abuela, Doña Modesta Chan, que se lamentaba en medio de un llanto desconsolado por la pérdida de sus hijos y al mismo tiempo se cuestionaba cómo mantendría a sus nietas...
También resaltó el buen corazón de las personas, pensarán algunos, pues en el primer caso, los vecinos de Jalapa hicieron “coperacha” y pagaron la fianza de Don Amílcar, además de haberle proporcionado víveres para alimentar a su familia. Si, muy bonitas las fotos de éste gesto y que fueron ampliamente difundidas, pero la verdad, ¡a mí me dió mucha rabia!
¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo personas como Don Amílcar tienen que depender de la caridad y las migajas de los demás? No critico a las personas que con buena voluntad ayudaron, no me malinterpreten, pero ésto nos tiene que sacudir y ponernos en perspectiva. Recordemos que ellos son solo 3 casos de los miles que existen en Guatemala.
Creo que este es un momento oportuno para que la ciudadanía se reorganice y se concentre nuevamente en sus demandas, ya que las manifestaciones han cesado. Quizás porque se está a la expectativa de la segunda vuelta electoral. Expectativa que no entiendo, pues ninguno de los dos candidatos tiene las credenciales, ni la solvencia para ejercer el cargo de “Presidente de la República.” Como se ha repetido hasta el cansancio, las elecciones no son la solución, la solución sigue en los ciudadanos, en las denuncias y movimientos, que de ahora en adelante deberán ser el ente fiscalizador y de cambio.
Sin embargo, también hay que redirigir la mirada. Ya se dieron los primeros golpes a la corrupción, pero tengo la impresión que a cierta parte de la ciudadanía lo que más le interesa es ver cabezas rodando... y no la de todos, por cierto, pues a la fecha faltan muchas otras que constituyen la otra cara de la corrupción en aduanas.
Que la justicia haga su deber con los que encuentre culpables, ¡por supuesto! Pero, enfoquémonos al mismo tiempo en exigir cambios de fondo y a largo plazo, para una verdadera transformación del país y esto significa, aparte de las reformas legales, exigir la mejora de las condiciones de salud, educación y bienestar de los más necesitados, de todos esos Amílcares, Abeles y Modestas, a los que nuestro sistema ha invisibilizado y condenado a vivir en la peor de las miserias.
Y de esta cuenta, el mensaje del comisionado de CICIG, Iván Velásquez, también de esta semana, cae como anillo al dedo cuando manifiesta que “todo el esfuerzo de luchar contra la corrupción podría ser en vano si no se traduce en una mejoría en las condiciones de vida de la población, principalmente aquella que vive en situación de pobreza y pobreza extrema...” e invita al pueblo de Guatemala a no “dormirse”.
Sobre éste mismo aspecto hablaba ya el mes pasado la Coordinadora Residente del Sistema de las Naciones Unidas en Guatemala, Vallerie Julliand, quien afirmó que “...una de las causas que impiden el desarrollo en Guatemala es la desigualdad social a todo nivel como resultado de la exclusión y la discriminación en la inversión del Estado...”, y lamentó que Guatemala ocupara los últimos lugares en el mundo en gasto público, en rubros como salud, educación y seguridad, a los que se destina apenas el 8 por ciento de su Producto Interno Bruto.
Todos estos hechos y afirmaciones no son aislados, esta es la visión amplia de las cosas y la que nos debe también preocupar, y mucho. No es posible que sigamos pensando a corto plazo, debemos pensar en un plan de nación que mire a futuro. No quitemos pues, el dedo del renglón.
Dentro de las noticias de esta semana, entre declaraciones y nuevas capturas a operadores de justicia, resaltaron también otras que dejaron a muchos conmovidos. El primero de los casos, el del señor Amílcar Aguilar que fue encarcelado en Jalapa, por haber robado 35 panes. El caso de la familia Majzul en Chimaltenango, que vió partir al hombre de la casa de “mojado” para poder pagar una deuda de unos pocos miles, familia que ahora no solo está en la miseria, pues Abel fue deportado, sino que la deuda se ha hecho más grande. Finalmente, un accidente de tránsito que dejó huérfanas a dos niñas y una abuela, Doña Modesta Chan, que se lamentaba en medio de un llanto desconsolado por la pérdida de sus hijos y al mismo tiempo se cuestionaba cómo mantendría a sus nietas...
También resaltó el buen corazón de las personas, pensarán algunos, pues en el primer caso, los vecinos de Jalapa hicieron “coperacha” y pagaron la fianza de Don Amílcar, además de haberle proporcionado víveres para alimentar a su familia. Si, muy bonitas las fotos de éste gesto y que fueron ampliamente difundidas, pero la verdad, ¡a mí me dió mucha rabia!
¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo personas como Don Amílcar tienen que depender de la caridad y las migajas de los demás? No critico a las personas que con buena voluntad ayudaron, no me malinterpreten, pero ésto nos tiene que sacudir y ponernos en perspectiva. Recordemos que ellos son solo 3 casos de los miles que existen en Guatemala.
Creo que este es un momento oportuno para que la ciudadanía se reorganice y se concentre nuevamente en sus demandas, ya que las manifestaciones han cesado. Quizás porque se está a la expectativa de la segunda vuelta electoral. Expectativa que no entiendo, pues ninguno de los dos candidatos tiene las credenciales, ni la solvencia para ejercer el cargo de “Presidente de la República.” Como se ha repetido hasta el cansancio, las elecciones no son la solución, la solución sigue en los ciudadanos, en las denuncias y movimientos, que de ahora en adelante deberán ser el ente fiscalizador y de cambio.
Sin embargo, también hay que redirigir la mirada. Ya se dieron los primeros golpes a la corrupción, pero tengo la impresión que a cierta parte de la ciudadanía lo que más le interesa es ver cabezas rodando... y no la de todos, por cierto, pues a la fecha faltan muchas otras que constituyen la otra cara de la corrupción en aduanas.
Que la justicia haga su deber con los que encuentre culpables, ¡por supuesto! Pero, enfoquémonos al mismo tiempo en exigir cambios de fondo y a largo plazo, para una verdadera transformación del país y esto significa, aparte de las reformas legales, exigir la mejora de las condiciones de salud, educación y bienestar de los más necesitados, de todos esos Amílcares, Abeles y Modestas, a los que nuestro sistema ha invisibilizado y condenado a vivir en la peor de las miserias.
Y de esta cuenta, el mensaje del comisionado de CICIG, Iván Velásquez, también de esta semana, cae como anillo al dedo cuando manifiesta que “todo el esfuerzo de luchar contra la corrupción podría ser en vano si no se traduce en una mejoría en las condiciones de vida de la población, principalmente aquella que vive en situación de pobreza y pobreza extrema...” e invita al pueblo de Guatemala a no “dormirse”.
Sobre éste mismo aspecto hablaba ya el mes pasado la Coordinadora Residente del Sistema de las Naciones Unidas en Guatemala, Vallerie Julliand, quien afirmó que “...una de las causas que impiden el desarrollo en Guatemala es la desigualdad social a todo nivel como resultado de la exclusión y la discriminación en la inversión del Estado...”, y lamentó que Guatemala ocupara los últimos lugares en el mundo en gasto público, en rubros como salud, educación y seguridad, a los que se destina apenas el 8 por ciento de su Producto Interno Bruto.
Todos estos hechos y afirmaciones no son aislados, esta es la visión amplia de las cosas y la que nos debe también preocupar, y mucho. No es posible que sigamos pensando a corto plazo, debemos pensar en un plan de nación que mire a futuro. No quitemos pues, el dedo del renglón.