Por Mariana Lara Palacios
El 15 de Agosto es una fecha especial en la ciudad de Guatemala.
Para mí lo es aún más, pues estudié en un colegio cuyo nombre fue dado precisamente en honor a la “Virgen de la Asunción”. Así que, aparte del consabido y sabroso feriado, días antes de éste, se celebraba en el colegio con misa al aire libre, actos alegóricos y una torta hecha por las monjas, que aunque sencilla, nos sabía a gloria.
Pasados los años, fue incluso mejor, pues ya en diversificado teníamos luz verde para organizar la famosa “serenata a la Virgen”, la cual llevábamos al colegio muy temprano por la mañana. La expectación no era por la serenata en sí, la verdad, sino porque era la excusa perfecta para reunirse un día antes en la casa de alguna compañera (cuyos padres presumo, eran sumamente permisibles), para tener nuestra propia fiesta privada al estilo “Alux Nahual”, nada más ni nada menos. Recuerdo que fue en esa ocasión cuando fumé mis primeros cigarrillos, bailé y bebí hasta que la madrugada nos sorprendió.
Estoy segura que las monjas estaban perfectamente enteradas de nuestras celebraciones extra-curriculares. Aun así y a pesar del tufo a resaca de la mañana siguiente, nos recibían con los brazos abiertos, la sonrisa de oreja a oreja, el cariño de siempre y con la guitarra en la mano.
Aunque no me lo están preguntando, considero que no podría haber sido más feliz, ni hubiera podido tener mejor educación para la vida que en ese colegio de monjas. Y cuando miro hacia atrás, me doy cuenta que a pesar de ser (obviamente) un colegio católico, más que la religión propiamente dicha, me dieron a conocer, también con el ejemplo, la esencia de Jesucristo: Ese que se juega por sus ovejas, que sale valeroso a decir la verdad, aun cuando sabe que será crucificado, ese que no juzga ni califica a María Magdalena de puta, el que se identifica más con los pobres que con los reyes, que anda descalzo y vive sencillo. Ese Jesús, que no sé por qué nos cuesta tanto emular en nuestras vidas...
Lamento, así mismo, ver que muchas personas educadas en colegios con enseñanza religiosa, cumplen los rituales al pie de la letra, pero no practican en su vida y con sus semejantes los valores cristianos, esos de los que tanto se jactan.
Se vive en la iglesia somatándose el pecho y rezando aves marías, pero a la vuelta de la esquina se critica al fulano de mujeriego, de fácil a la zutana, de mala madre a la mengana, de bueno para nada al perensejo y no se juntan con ésta o aquella persona porque piensa diferente o porque no tiene el mismo estatus social.
En estos días en que la humanidad atravieza una fuerte crisis del ser, hago un llamado a la recuperación de los valores humanos, a dejar la hipocresía y a no usar la religión como espada de Damocles, muro separatista y única verdad, porque a lo largo de mi vida he conocido a muchas personas que no profesan religión alguna o que incluso son agnósticos, pero que cuentan con una calidez humana de la cual algunos que se dicen cristianos podrían aprender un poco.
El 15 de Agosto es una fecha especial en la ciudad de Guatemala.
Para mí lo es aún más, pues estudié en un colegio cuyo nombre fue dado precisamente en honor a la “Virgen de la Asunción”. Así que, aparte del consabido y sabroso feriado, días antes de éste, se celebraba en el colegio con misa al aire libre, actos alegóricos y una torta hecha por las monjas, que aunque sencilla, nos sabía a gloria.
Pasados los años, fue incluso mejor, pues ya en diversificado teníamos luz verde para organizar la famosa “serenata a la Virgen”, la cual llevábamos al colegio muy temprano por la mañana. La expectación no era por la serenata en sí, la verdad, sino porque era la excusa perfecta para reunirse un día antes en la casa de alguna compañera (cuyos padres presumo, eran sumamente permisibles), para tener nuestra propia fiesta privada al estilo “Alux Nahual”, nada más ni nada menos. Recuerdo que fue en esa ocasión cuando fumé mis primeros cigarrillos, bailé y bebí hasta que la madrugada nos sorprendió.
Estoy segura que las monjas estaban perfectamente enteradas de nuestras celebraciones extra-curriculares. Aun así y a pesar del tufo a resaca de la mañana siguiente, nos recibían con los brazos abiertos, la sonrisa de oreja a oreja, el cariño de siempre y con la guitarra en la mano.
Aunque no me lo están preguntando, considero que no podría haber sido más feliz, ni hubiera podido tener mejor educación para la vida que en ese colegio de monjas. Y cuando miro hacia atrás, me doy cuenta que a pesar de ser (obviamente) un colegio católico, más que la religión propiamente dicha, me dieron a conocer, también con el ejemplo, la esencia de Jesucristo: Ese que se juega por sus ovejas, que sale valeroso a decir la verdad, aun cuando sabe que será crucificado, ese que no juzga ni califica a María Magdalena de puta, el que se identifica más con los pobres que con los reyes, que anda descalzo y vive sencillo. Ese Jesús, que no sé por qué nos cuesta tanto emular en nuestras vidas...
Lamento, así mismo, ver que muchas personas educadas en colegios con enseñanza religiosa, cumplen los rituales al pie de la letra, pero no practican en su vida y con sus semejantes los valores cristianos, esos de los que tanto se jactan.
Se vive en la iglesia somatándose el pecho y rezando aves marías, pero a la vuelta de la esquina se critica al fulano de mujeriego, de fácil a la zutana, de mala madre a la mengana, de bueno para nada al perensejo y no se juntan con ésta o aquella persona porque piensa diferente o porque no tiene el mismo estatus social.
En estos días en que la humanidad atravieza una fuerte crisis del ser, hago un llamado a la recuperación de los valores humanos, a dejar la hipocresía y a no usar la religión como espada de Damocles, muro separatista y única verdad, porque a lo largo de mi vida he conocido a muchas personas que no profesan religión alguna o que incluso son agnósticos, pero que cuentan con una calidez humana de la cual algunos que se dicen cristianos podrían aprender un poco.