Una impresionante biblioteca de pared a pared conteniendo lo que constituye, a decir de mi anfitriona, una modesta colección de libros de historia de Guatemala y de la cultura maya, sirve de telón perfecto para mi conversación con Julia Montoya.
Nutricionista, investigadora independiente, experta en arte textil y textiles mayas, tejedora artística, pintora, curadora de exposiciones textiles y escritora. Julia nos abre de par en par su casa, su corazón y sus memorias, desde su casa en Buggenhout, Bélgica, en esta segunda entrevista de AltaVoz.
- Nombre completo: Julia Montoya Morales. Nació en la ciudad de Guatemala en el año 1949. Pasó su infancia en la Antigua Guatemala. Después su familia se mudó a la capital para los estudios de ella y sus dos hermanos mayores. La hermana menor nació años después.
- Idiomas: Español, Neerlandés, Inglés y nivel muy básico de Francés.
- Tiempo de vivir en Bélgica: 39 años
- ¿Qué hace actualmente? Julia regresó de manera reciente de la Conferencia Internacional de Textiles Precolombinos en el Centre for Textile Research en Copenhague, donde presentó su trabajo sobre una colección de materiales y textiles arqueológicos prehispánicos que provienen de México (culturas Azteca/Mixteca), que se conservan en el Museo Real de Arte e Historia de Bruselas y acaba de entregar (en Agosto) el artículo relacionado con su ponencia.
Desde hace más de 25 años ha sido conferencista invitada en diferentes ciudades de Bélgica, Países Bajos, México y España; fue miembro activo del Instituto Americanista de Amberes (Instituut voor Amerikanistiek) desde 1993 y, del 2005 al 2015 fue presidenta de la junta directiva. Editó la revista Tijdschrift de dicho instituto desde el 2011 hasta el 2015, el año en que éste se disolvió.
- Pasatiempos: No le queda mucho tiempo libre, pues además de su trabajo, que le absorbe muchas horas, atiende a su familia, su casa y a sus nietos cuando llegan de visita. Va al Tai Chi y se ocupa de sus bonsais. Para leer no le queda tiempo, si lo hace es más estudio e investigación por su trabajo. La música siempre la acompaña.
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En la actualidad, vivimos rodeados de mucho “ruido”, de cosas banales. Quien prefiere más sustancia, recurre a un buen libro o busca momentos de meditación que proporcionen paz a los pensamientos que por diversas razones a veces no compartimos, ya sea por el quehacer diario o por no encontrar el tiempo, la persona o el momento idóneo.
Con Julia, tuve la sensación de haber encontrado un alma gemela en muchos aspectos, aun cuando nos divide una brecha generacional significativa.
Sin embargo, nuestra entrevistada es de esas personas sin edad, que no envejecen, sino al contrario, se transforman en verdaderos ejemplos de vida para los jóvenes y los no tan jóvenes. Denota franqueza y generosidad, como atributos de su personalidad. Sin embargo y luego de haber podido conversar con ella, puedo asegurar que Julia es una mente privilegiada, con una sensibilidad especial, la cual acabó por provocarme hasta las lágrimas. De esas que sanan y emocionan.
1. ¿Cómo llega Julia Montoya a Bélgica?
“Estudié nutrición gracias a una beca de estudio, cuando todavía ésta carrera se cursaba en el INCAP (Instituto de Nutrición de Centro América y Panamá). Era una institución excelente, que contaba con buena reputación a nivel regional e internacional.”
También nos comenta que posteriormente, en el año de 1970, hizo su práctica profesional supervisada por 6 meses en el Hospital Roosevelt y los 6 meses restantes del año en Chimaltenango, en San Andrés Itzapa y Parramos. Obtuvo su licenciatura en Nutrición en 1972 después de trabajar 1 año en su tesis.
Su primer trabajo fue como docente de Nutrición en un proyecto de formación integrada de técnicos en salud rural en Quiriguá en 1972, y del año 1973 al 77 estuvo a cargo de la Región de Salud No.1 que abarcaba los servicios de salud de Amatitlán, y de los departamentos de Escuintla, Santa Rosa y Jutiapa.
Julia recuerda con nostalgia: “Los servicios de salud de aquella época (antes del terremoto del 76), eran buenos. A pesar de las limitaciones en el presupuesto de salud, a los pacientes se les atendía bien. Pagaban una cantidad mínima, si mal no recuerdo, 25 centavos por la consulta y se les suministraba medicinas o se les refería a un hospital regional o nacional, donde se les daba un tratamiento más especializado. Además, se llevaban a cabo anualmente campañas de vacunación, había un programa de salud materno-infantil bien organizado y funcionaban alrededor de 46 servicios de recuperación nutricional, donde se atendía diariamente a niños desnutridos, se les brindaba una alimentación adecuada a su situación y se daba educación nutricional a las madres, quienes también colaboraban con las tareas de los servicios.”
La supervisión de éstos servicios era su trabajo, así como el adiestramiento del personal de salud, a todo nivel. A decir de Julia, “los servicios de salud rural de aquel entonces aunque modestos eran eficientes, había una buena coordinación interinstitucional.”
En el año 1976 se le presentó la oportunidad de optar a una beca para el Curso Internacional de Nutrición y Ciencias de Alimentos en la Universidad Católica de Lovaina (Katholieke Universiteit Leuven), en Bélgica.
Éste año fue decisivo, nos comenta Julia, no solo porque en el mes de enero ya había iniciado sus estudios en Bélgica (donde conoció al que hoy es su esposo), sino porque dos semanas después, a principios de Febrero ocurrió el fatídico terremoto en Guatemala.
2. ¿Por qué el terremoto del 76 fue un acontecimiento decisivo?
“Imagínese... Bueno, usted todavía era bebé, pero debe saber que todo colapsó. La estructura física de las instituciones en general, especialmente la de los servicios de salud, se vino literalmente al suelo. De un momento a otro las prioridades cambiaron y las deficiencias que subyacían salieron a la luz. Todo lo que se había construido o mejorado en los centros de salud había desaparecido. Recuerdo haber visitado San Juan Sacatepéquez, donde supervisaba el centro de recuperación nutricional, unos meses después de la tragedia. No reconocí el lugar... Supe cuál era el parque del pueblo por dos grandes árboles que eran los únicos que permanecían erguidos”.
Al regresar del curso en Bélgica, en Julio del 76, y tomar nuevamente sus funciones como Nutricionista Regional, la Cruz Roja Internacional y los Servicios de Salud le encargaron, como experta independiente, realizar una encuesta para evaluar la respuesta de los servicios de salud ante la tragedia del terremoto, para posteriormente trabajar en la elaboración de un plan de emergencia ante catástrofes naturales.
“Me eligieron porque el personal de los centros de salud conocía mi trabajo y me tenía confianza. Además creo que por el hecho de no haber vivido la experiencia del terremoto ni haber estado en Guatemala durante los meses siguientes, consideraron que eso me ayudaría a tomar una posición imparcial y objetiva para realizar la evaluación.”
Fue también la época en que se intensificó el conflicto interno en el país. La represión se hizo cada vez más violenta, recuerda.
“Hubo jóvenes que habíamos adiestrado en el proyecto de Quiriguá para servir en sus comunidades, que al regresar a éstas fueron asesinados o desaparecieron. Mis antiguos colegas, así como todo el personal de los servicios de salud sufrieron los efectos devastadores, no sólo del terremoto, sino también de la violencia en el interior del país. Fue terrible.”
En junio del 77 se casó y vino definitivamente a vivir en Bélgica. Sin embargo nunca perdió el contacto con sus amigos y colegas, a quienes veía cuando regresaba al país para visitar a su familia. Fue así como fue enterándose, año tras año, de todo lo que acontecía en Guatemala. No sólo por la prensa nacional e internacional. Así se enteró de que la ciudad capital también vivió la represión, especialmente los estudiantes, profesores de la universidad e intelectuales. Después de eso, la represión se intensificó. Las décadas de 1980 y 1990 marcaron al país para siempre y dejaron una cicatriz muy profunda.
Julia nos cuenta que en ese tiempo era muy difícil encontrar libros sobre Guatemala. Durante los viajes que hacía para visitar a su familia, aprovechaba para obtenerlos; muchas veces hasta de forma clandestina, pues no se podían transportar de forma evidente, especialmente en los caminos del interior. Fue así como fue haciendo su biblioteca, la cual atesora, ya que considera que “en esa época, Guatemala padeció también hambre intelectual.”
“Hubo jóvenes que habíamos adiestrado en el proyecto de Quiriguá para servir en sus comunidades, que al regresar a éstas fueron asesinados o desaparecieron...”
3. Su área inicial de estudio fue Nutrición. ¿Qué la hizo cambiar radicalmente?
Habiendo llegado a un país tan diferente al suyo, Julia empezó por aprender el idioma neerlandés, el cual llegó a dominar. Incluso, algunas de sus publicaciones son en éste idioma.
Al inicio se planteó la posibilidad de proseguir en el área de nutrición. Sin embargo, en aquel entonces el nivel de dicha disciplina en Bélgica no era el que hoy es. “El dietista/nutricionista se limitaba a organizar los menús de los pacientes de los hospitales”, manifiesta.
De esa cuenta, Julia les dedicó tiempo completo en los primeros años de vida a sus dos hijos, que a la fecha tienen 34 y 36 años, de lo cual no se arrepiente. Sin embargo seguía teniendo la inquietud de hacer algo para ella misma, algo que la enriqueciera intelectualmente.
“Siempre tuve vena artística. Fui pupila de Manolo Gallardo en Guatemala, así que empecé a pintar al óleo. Incluso, hice una exposición de mis cuadros aquí donde vivo (Buggenhout). Un día, una conocida me comentó que en la ciudad de Gante estaban impartiendo un diplomado en “Técnicas Textiles y Tejido a Mano” en el “Instituto Textil Henri Story”, lo que me pareció muy interesante, aparte de conveniente, por el horario que era compatible con las horas en que mis hijos estaban en el colegio.”
Durante cinco años de estudio, aprendió la teoría sobre los textiles en general y las técnicas utilizadas alrededor del mundo. Aprendió a tejer en telar de pie y en telar de cintura y también realizó tapices artísticos. Al mismo tiempo, empezó a investigar por su propia cuenta sobre la iconografía y simbología de los textiles mayas, que se relaciona íntimamente con su cultura.
“Siendo Guatemala un país eminentemente textil y habiendo trabajado como nutricionista en las áreas rurales, en contacto directo con la población indígena, me interesó mucho el tema”.
Continúa relatando que en esa época se hablaba mucho de Guatemala en Bélgica, la situación del país era mencionada frecuentemente en los periódicos y las noticias, por lo que poco a poco le fueron pidiendo que impartiera charlas sobre la cultura maya y sus textiles. De esa forma, recuerda, inició haciendo montajes en su casa, en donde utilizaba vídeos, música y textos.
Al mismo tiempo que empezó a darse a conocer en el campo de los textiles mayas, su interés investigativo también fue creciendo. De esta forma, además de su investigación teórica, fue complementando sus conocimientos durante sus visitas a Guatemala y los contactos directos con tejedoras y artesanos.
“Cada vez que iba a Guatemala dedicaba tiempo para viajar al interior del país. Allí obtenía información directa de las tejedoras, compraba tejidos tradicionales mayas de diferentes lugares y también fui profundizando mis conocimientos sobre la cultura y cosmovisión mayas. Visitando muchos sitios arqueológicos de Guatemala y México profundicé un poco más en la historia de Mesoamérica durante el período precolombino”.
Cuando le es posible, asiste a congresos o a exposiciones temporales en museos en Europa, cuando tratan temas sobre las antiguas culturas del continente americano.
“Con el tiempo, se aprende mucho, además de conocer a gente especializada en estos temas y establecer contactos. Mantengo una buena comunicación con ellos (¡gracias a Internet!). He hecho buenas amistades en algunos países y es muy bonito volver a los amigos de vez en cuando en éstos congresos, pues compartimos los mismos intereses.”
4. ¿Qué es lo que encuentra más fascinante del estudio de estos temas?
“El hecho de llegar a entender el por qué de las cosas. Siempre tuve una curiosidad muy grande y desde muy pequeña, (tendría quizas unos 5 o 6 años) cuando mi padre nos traía de vez en cuando algunos números de la National Geographic, me perdía viendo las fotos maravillosas de otros países y de la naturaleza. Pasaba horas soñando con visitar esos lugares algún día. Quizás ese afán por aprender y comprender cómo las cosas llegan a ser como son, se lo deba a mi padre; de él aprendí también mucho sobre Europa (él era español). Mi madre era de la Antigua, maestra y muy creativa, con unas manos maravillosas. Desde pequeños, mis padres nos llevaron a conocer Guatemala, por todas partes nos iban relatando con gran entusiasmo sobre los Cuchumatanes, los volcanes y sus erupciones, los bosques de Alta Verapaz, el ‘chipi chipi’ de Cobán, el aroma de los pinares de San Juan Sacatepéquez, y aún recuerdo lo verde y frondoso que era el paisaje alrededor del lago de Atitlán visto desde San Lucas Tolimán. Si, esa Guatemala me quedó grabada en la mente y el corazón. Gracias a mis padres.”
“Luego, ya de adulta y por mi trabajo como nutricionista, viajé muchísimo por el interior y conocí además a mucha gente. Aún recuerdo que me tocaba madrugar para llegar a lugares distantes, como Huehuetenango, y así vi muchas veces el amanecer en los caminos de Guatemala… Eso es algo espectacular y a la vez una experiencia mística muy intensa. Así aprendí a amar a mi tierra y su gente. Años más tarde, seguí el ejemplo de mis padres y con mi esposo pudimos mostrar a nuestros hijos el esplendor de Guatemala.”