Carolyn acudía todos los días, muy temprano, a la escuela de la aldea. Era voluntaria. De Connecticut. La escuela era muy precaria, por lo que ella ayudaba a los maestros elaborando material didáctico y también enseñaba Inglés.
Como ya era rutina, en su camino a la escuela saludaba a Panchito, un niño de 4 años que salía a esperarla, para saludarla y tirarle besos que ella atrapaba en el aire.
Panchito vivía en una covacha y aunque flaco y chiquito, siempre tenía una sonrisa.
Un día, Panchito no salió a saludarla como de costumbre. Esto le pareció raro a Carolyn, pero pensó que habría salido con su mamá. Al día siguiente, tampoco estaba Panchito, por lo que decidió pasar por la tarde, luego de las labores de la escuela, a preguntar por él. ¿Quizás... estaría enfermo?
Llegada la tarde, Carolyn se dirigió a la casa de Panchito. De pronto, vió la puerta de ésta, abierta de par en par y mucha gente que entraba y salía. Entró apresuradamente y lo primero que vieron sus enormes ojos verdes, fue una cajita de pino blanca en medio del cuarto sombrío y sucio, que servía de hogar a Panchito. La madre de éste, a un laldo de la caja, lloraba desconsolada.
―Panchito, ¿por que te fuiste? ¿Por qué me dejaste tan pronto, hijito?
En ese momento, Carolyn supo que sus ojos ya no verían más esa carita sucia, pero feliz, tirándole besos y escondiéndose detrás de la puerta.
―Pero, ¿qué paso? ¿Cómo fue? ―Preguntaba Carolyn a los dolientes con lágrimas en los ojos. «Lo mataron las lombrices», decían algunos. «Lo mató el agua», decían otros.
―¿Cómo podría matarlo el agua? ―Se preguntaba Carolyn.
El cura del pueblo, que observaba lo que pasaba, se acercó a Carolyn y le contó que Panchito sufría de desnutrición, pues sus padres eran muy pobres. Adicionalmente, el río donde la mamá del niño recolectaba agua, estaba contaminado por los residuos tóxicos que las empresas de palma africana vertían en él. Así, ésta agua había sido bebida por Panchito, quien sufrió de diarrea por varios días. Su débil y menudo cuerpo no resistió...
***
La muerte del niño fue un golpe muy duro para Carolyn. Pensaba que su labor en la escuela contribuía al mejoramiento de vida de los pobladores...
Se sintió inútil. La miseria a su alrededor le golpeó la cara, la degradación de los recursos naturales le ensombreció la mirada.
―¿Cómo puede un niño aprender si no tiene qué comer? ¿Si no tiene agua para vivir?
Decepcionada, Carolyn regresó a su país. Recién llegada, desempacó y decidió llenar la tina con agua caliente para relajarse después del largo viaje. Esto lo solía hacer cuando se sentía muy cansada. Sin embargo, ésta vez fue diferente.
Al empezar a correr el agua, Carolyn percibió un sonido estridente, casi ensordecedor que salía de la llave, era tan agudo que tuvo que taparse los oídos. Le pareció que era el sonido de una cascada que golpeaba fuertemente contra las rocas, el cual se fue distorsionando para transformarse en el grito de un niño.
No pudo tomar el baño, sintió que nada a su alrededor tenía sentido. La pobreza la había acercado a aquella aldea, pero al mismo tiempo, había sido ésta la que la había alejado. Ahora, de regreso a su vida cotidiana, la cual siempre le había parecido normal y hasta un poco aburrida, un torrente de agua la volvía a despertar. Su vida ya no sería igual.
***
Carolyn regresó a Santiago Ixcán. No sabe si enseñará nuevamente en la escuela. Sin embargo, cuenta la gente de la aldea, que todas las mañanas se sienta a la orilla del río para hablarle. Éste le cuenta de su agonía, de los peces que ya no lo visitan, de los pájaros que ya no beben de su caudal y de las muchas familias que -como Panchito-, también enfermarán.